Los agroecosistemas nos prestan servicios de abastecimiento -productos obtenidos directamente de ellos como los alimentos-, de regulación -beneficios obtenidos de manera indirecta, como la purificación del aire o del agua-, y culturales –beneficios no materiales a través de experiencias estéticas, el turismo o el enriquecimiento espiritual. Respecto a su valoración económica, ya en 1998, la Estrategia Española para la Conservación y Uso Sostenible de la Diversidad Biológica, entendía que se debía considerar el valor total de sus componentes, destacando, además de los derivados del uso productivo o de recreo, aquellos no reconocidos tácitamente por carecer de un valor de mercado y que, sin embargo, ofrecen un servicio básico a la sociedad (valores de opción, existencia, ecológico y cultural).