Hoy la mayor parte de los alimentos que comemos viajan entre 2.500 y 4.000 kilómetros antes de ser consumidos, un 25% más que en 1980. Incluso alimentos identificados típicamente con nuestra dieta y paisaje mediterráneos son producidos a miles de kilómetros. Así el 87% de los garbanzos que se venden en España son importados, principalmente de México y EE.UU, siendo además, cada vez mayor la cantidad de vino de Argentina y Chile que bebemos. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con el cereal y los piensos. Además de sus efectos sobre la economía local (que queda sujeta a las fluctuaciones de los mercados internacionales) esta dinámica tiene un enorme coste ambiental. ¿Sabías, por ejemplo, que la energía utilizada para mandar una lechuga de Almería a Holanda es tres veces superior a la utilizada para cultivarla? Se calcula que cada kilómetro que recorre una tonelada de producto aporta una emisión de 0,002 kg de dióxido de carbono si viaja en barco, de 0,069 kg si lo hace en ferrocarril, de 0,11 kg en camión y de hasta 2 kg cuando el transporte es aéreo. Actualmente, muchos de los alimentos, especialmente los frescos están viajando en avión. Algunas grandes cadenas han creado un etiquetado específico para identificarlos.