Un desarrollo desequilibrado pasa factura: contaminación, extinción de especies (pérdida de biodiversidad), desertificación, cambio climático o pérdida de recursos naturales. Los procesos productivos ponen en marcha una maquinaria que explota y devora recursos naturales (agua, combustibles fósiles, biomasa...) que, una vez consumidos y procesados, se convierten en residuos. El actual modelo de crecimiento choca tanto con los límites a la disponibilidad de dichos recursos como con la capacidad de los ecosistemas de asimilar los residuos. En la actualidad consumimos un 56% de recursos por encima de la biocapacidad del planeta, es decir, que para mantener el nivel actual de consumo, se necesitarían 1,5 Tierras.